Durante el período románico, Germania ocupa lugar  preponderante entre las naciones de Europa. Los emperadores germánicos,  sucesores de Carlomagno, tienen siempre el propósito de restablecer en  su integridad el Imperio carolingio, y contando con sus partidarios  gibelinos, invaden con frecuencia Italia, someten a Roma varias veces, e  incluso se instalan en la región meridional, que les correspondía por  derechos heredados de la emperatriz Constanza, sucesora de la dinastía  de los reyes normandos de Sicilia. Además, la Sajonia de esta época,  apenas convertida al cristianismo, tenía fe nueva de neófito y sentía un  entusiasmo juvenil por la guerra y aventuras. Turingia, con las minas  de plata del Harz, daba al país medios abundantes para emprender obras y  construcciones de importancia. No es, pues, de extrañar que en el Rin  los emperadores y obispos, sus vasallos, enriquecieran las ciudades con  nuevas iglesias, y que hasta las mismas princesas participasen de este  entusiasmo general.
  La característica, sin embargo, de la escuela románica en Alemania es  la persistencia de las formas y gustos de la época otomana. Todos los  tipos de la construcción carolingia y otomana tienen su réplica en la  Germania románica, lo mismo los edificios de planta concentrada, como  eran los de Germigny y Aquisgrán, que los de planta basilical con  columnas de imitación clásica. Las iglesias de este tipo basilical son  las más abundantes en el románico alemán. Están cubiertas con un techo  plano de maderas pintadas y las naves divididas por hileras de columnas  con capiteles, que bárbaramente quieren imitar los modelos clásicos. El  fuste de las columnas es de una sola piedra, como lo eran a veces  también en la antigüedad, pero los constructores no se atreven a apoyar  los arcos de los muros divisorios únicamente sobre columnas así  aisladas, y las alternan, de dos en dos, con pilares cuadrados, a los  cuales atribuían mayor resistencia que a los fustes cilindricos. Esta  alternancia de pilares y columnas hizo aparición por primera vez en San  Ciríaco de Gernrode (iniciada en 961) sin otro propósito que el de  marcar una alternancia rítmica. Ya veremos que a partir de la  construcción de San Miguel de Hildesheim, esta alternancia tendrá  -además- una significación estructural.
  Muchas de las iglesias románicas alemanas tienen dos ábsides, uno a  cada extremo de la nave, disposición tradicional desde la época romana,  pues se encuentra ya en la basílica Ulpia, en el Foro Trajano. Que  subsistió en la época carolingia, lo podemos apreciar en la planta  basilical con dos ábsides afrontados de la iglesia del monasterio de  Saint-Gall.
  En ocasiones, en la pared circular de los ábsides se abren, en el  grueso del muro, absidiolas; otras veces se construyen asimismo ábsides  en el crucero, como en la abadía de Konigslutter. Sin embargo, la  circunstancia especial de los dos ábsides mayores afrontados, uno a cada  extremo del edificio, obliga también muy pronto a disponer dos  transeptos correspondientes a estos dos ábsides, para dar simetría a la  iglesia; sólo que, habiéndose introducido después la costumbre de  disponer una girola alrededor de uno de dichos ábsides mayores, acabó de  caracterizarse éste como santuario, mientras que el otro, situado en el  extremo opuesto, quedaba reservado al coro.
  Los ejemplos más típicos de estas basílicas germánicas de tradición  carolingia son las dos grandes iglesias de San Miguel y San Gotardo, de  Hildesheim. Fueron construidas en dos épocas diferentes, y la primera, o  sea la de San Miguel, pertenece al gran período del abad Bernward,  quien era de procedencia aristocrática, preceptor del hijo del  emperador, y durante el gobierno de su abadía demostró un gusto  extraordinario por la construcción y las artes. La iglesia de San Miguel  de Hildesheim tiene tres naves, con las columnas combinadas con  pilares, y dos ábsides opuestos con dos transeptos; fue
  comenzada en 1001, aunque no se terminó hasta 1033. Lo más interesante  es el papel que juegan los dos cruceros (espacios cuadrados  determinados por el cruce de la nave central con cada uno de los dos  transeptos). Ambos cruceros están fuertemente acusados al exterior por  sendas torres que los coronan. Su superficie cuadrada fue utilizada como  unidad de medida para la nave central, que comprende una longitud  equivalente exactamente a tres de estos cuadrados.
 
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| Iglesia conventual  de San Ciríaco de Gernrode. Construida entre los años 960 y 980 para una  abadía femenina, esta iglesia anticipa el arte románico por        las dimensiones, por cómo se articulan sus partes, por el ritmo de  sus soportes y por la escultura elaborada de sus capiteles. | 
 












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