Fruto de las búsquedas y logros precedentes, en la segunda mitad del siglo V a.C., la escultura griega consigue un dominio perfecto en la representación del cuerpo humano en sus movimientos naturales. Además, es un momento en que los artistas buscan la mayor simplicidad posible en sus obras, sin añadir elementos secundarios o anecdóticos superfluos. Y sobre todo, intentarán plasmar la realidad no como es, sino idealizada. Trataron de representar cuerpos humanos idealizados que expresaran y plasmaran la idea de Belleza perfecta.
En consecuencia, lo más importante de la obra no es tanto su fondo como su forma; es decir, lo que más interesa de la obra de arte no es su significado religioso (la mayor parte son representaciones de divinidades) sino su belleza, su significado estético. El artista es tanto más admirado cuanto más capaz es de asumir la belleza ideal. Esta valoración del artista es lo que hace que el arte griego no sea un arte anónimo como el de las antiguas civilizaciones orientales.
Sabemos de muchos artistas griegos porque sus contemporáneos escribieron sobre ellos y de la admiración suscitada por sus obras. La mayoría de ellas no nos han llegado en su original, sino en copias más o menos fieles realizadas posteriormente.
Cronológicamente, la primera de las grandes personalidades artísticas y gran precedente del estilo clásico es Mirón, gran estudioso del movimiento de los cuerpos. El original en bronce de su obra más famosa, el Discóbolo, se ha perdido aunque lo conocemos por numerosas copias en mármol realizadas en época helenística y romana. Capta al atleta cuando su brazo se encuentra en el punto más alto del movimiento hacia atrás justo antes de disponerse a lanzar el disco. Aún tiene rasgos del estilo severo.
Policleto fue además de escultor, un teórico de la escultura. Para él, el cuerpo humano tenía que tener unas dimensiones adecuadas para compensar un conjunto armónico ideal; el cuerpo humano no era sólo un modelado, sino número y proporción. Precisamente su éxito consistió en el establecimiento de las proporciones ideales que dan al cuerpo su perfección, un canon de proporciones perfectas que pueden resumirse así: la altura total del cuerpo ha de ser siete veces el volumen de la cabeza. Su obra más conocida es el Doríforo, joven atleta portador de una lanza en movimiento pausado. Con esta escultura, acaba con el frontalismo por medio del contraposto: oposición armónica de las partes del cuerpo, estando unas en movimiento (pierna y brazo izquierdos) cuando sus simétricas están en reposo (pierna y brazo derechos).
La máxima figura de la escultura clásica fue Fidias, artista que consiguió dar a sus obras llenas de grandeza y monumentalidad un equlibrio perfecto. Entre sus obras destacó la decoración escultórica del Partenón.
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